La insatisfacción constante

o por qué y cómo he llegado al minimalismo

Here we go, 2021! No sé si os pasa, pero yo no tengo muchas esperanzas (o altas expectativas) de que el 2021 sea muy diferente a lo que ha sido el 2020. Tampoco es que el 2020 haya cambiado demasiado mi vida (los toques de queda, limitaciones de movilidad y aforo no han cambiado mis costumbres casi nada… o nada). La única diferencia que veo entre el año pasado y el actual es que este no nos coge desprevenidos (careful, there! Nunca se sabe dónde puede saltar la liebre y si algo nos ha enseñado 2020 es que sorpresas te da la vida y que por la boca muere el pez, que todo eran risas cuando veíamos a los chinos encerrados en sus casas). En fin, que sea el año que sea, la mayoría de nosotros nos planteamos objetivos o intenciones en estas fechas y es posible que todo lo vivido desde marzo haya cambiado un poco nuestras prioridades, por lo que quizá la lista de intenciones sea algo distinta a otros años.

No puedo decir que mi momento catártico haya sucedido durante 2020. El 2019 ya me pegó una buena bofetada que me hizo replantearme algunas facetas de mi vida. Los cambios que estoy experimentando llevan cocinándose muchos meses, a fuego lento (como el caldo de huesos de cocción lenta que ha dado la vuelta a internet y que nos tiene a todos comprobando la factura de la luz porque la vitrocerámica gasta más que tu antigua cocina de gas). Si 2020 fue el año en que decidí ponerme ciertos limites (no trabajar más de lo necesario, comer bien, hacer ejercicio,…), 2021 es el año de cambiar lo que me rodea y está en mi mano cambiar.

El título de este post dice mucho: la insatisfacción constante. Hace años que lucho contra el sentimiento de vacío que me asalta más veces de lo que me gustaría. Es difícil de explicar: imaginad una voz interior que siempre os está diciendo que estarías mejor en otra parte, que te deberías haber puesto otra ropa, que deberías haber elegido otro trabajo… No importa lo bien que me esté sintiendo. Esa voz siempre está ahí. Puedo estar en una fiesta pasándolo bien, riendo, cantando, bailando, conversando… y a la vez estar pensando que quiero estar en casa. Es mi Dr. Jekyll y Mr. Hyde particular. ¿Sabéis a qué lleva esto o a qué me ha llevado a mí? A la búsqueda de «algo mejor», a la espera del fin de semana, o las próximas vacaciones, a la compra de ropa que no necesito, o de muebles y decoración para la casa, libros que no he leído, ingredientes que nunca he usado en la cocina, recursos que nunca he utilizado en clase… Me ha llevado a estar rodeada de COSAS que no solo no me aportan nada, sino que me suponen una carga física (nada como una limpieza o una mudanza para darte cuenta de todo lo que posees) y una carga emocional.

Siempre he tenido cierta tendencia a querer deshacerme de cosas. Mi familia teme el momento en que nos ponemos a ordenar el trastero, el garaje o los armarios, porque siempre quiero tirarlo todo. Si algo desaparece en mi casa, todos piensan que lo he tirado yo. Sin embargo, a pesar de lo bien que me hacía sentir el espacio vacío (espacio negativo lo llaman) y el orden, volvía a caer en las mismas costumbres consumistas y las estanterías y cajones se llenaban al poco tiempo. Esto mejoró algo cuando leí el libro de Marie Kondo y su método de orden. Es posible que lo hayáis leído. También es posible que hayáis visto la serie de Netflix donde Marie Kondo ayuda a familias americanas a ordenar sus casas y de paso sus vidas. ¿No? ¿Solo yo? Ordenar no es un hábito nuevo para mí. Soy ordenada y metódica (casi siempre) y me relaja colocar cosas. Me da la misma satisfacción que cuando hacía 4 líneas en Tetris o completaba una pantalla quedando las líneas a 0. Sin embargo, no ha sido hasta 2020 que mis posesiones empezaron a agobiarme. Estar tanto tiempo en casa y apreciar la falta de espacio para, por ejemplo, hacer yoga me hizo darme cuenta de la cantidad de muebles que tenemos, en muchos casos de manera innecesaria. Entonces encontré el documental Minimalismo. Las cosas importantes en Netflix y conecté rápidamente con la historia y con el mensaje. A partir de ahí leí otros libros y vi muchos vídeos sobre consumo responsable, sobre mini casas, historias reales de personas que habían tocado fondo y al abrazar el minimalismo habían recuperado sus vidas… No solo es que conectase con el mensaje, es que me sentía identificada con muchas de las historias y los sentimientos que describían. ¿Había descubierto la forma de deshacerme de «la voz»?

Con toda esta nueva información llegaron muchos conceptos, nuevos o no: espacio negativo, fantasy self (algo así como «yo imaginario»), libertad financiera, ego, armario cápsula, low buy (gasto bajo), rehome / unbuy (encontrar otro hogar a las cosas de las que te deshaces, vendiendo o regalando, más allá de tirarlo a un contenedor de reciclaje o donarlo de forma masiva y sin un propósito a una organización)… Estoy entendiendo mejor mis sentimientos y mis actos, intentando desechar actitudes tóxicas y reemplazarlas por experiencias positivas. No puedo definirme como una persona minimalista, al menos no todavía. No sé si llegaré a ser minimalista en el sentido general del término. Lo que sí tengo claro es que el cambio ha empezado y que quiero continuar por este camino.

Creo que os hacéis una idea de cómo he llegado al minimalismo y por qué. Aún tengo mucho que contar sobre esto, como el shock que supuso hacer inventario de toda mi ropa o sobre mi experiencia con Wallapop, pero lo haré en futuros posts. Si habéis llegado hasta aquí, gracias por leerme.

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