Llega el momento de hacer balance del año: balance de cuentas, de pérdidas y ganancias, de sueños cumplidos, objetivos alcanzados y asuntos pendientes. Al menos eso es lo que está haciendo todo el mundo en sus redes sociales. Yo no suelo hacer estas cosas, no de manera consciente y menos aún informando a mis lectores virtuales (por pocos que sean, una tiene su pudor… bueno, sí, que me da vergüenza que sepáis la cantidad de tonterías que pasan por mi cabeza a lo largo del día). Sin embargo, me he puesto a pensar en qué no he hecho en 2018 y es esto: ESCRIBIR. Escribir de manera creativa, como protesta o como desahogo; escribir por el simple hecho de que me gusta hacerlo; escribir por corregir mi vocabulario, mi expresión; escribir para afianzar mis ideas o para cambiarlas. Pues no lo he hecho. A ver, escribir, he escrito: exámenes, proyectos, programaciones, estándares y más estándares (los docentes me entenderéis)… Esteréis de acuerdo conmigo en que este tipo de escritura es más… prosaica (me encanta esta palabra. Gracias, César Nicolás). En fin, que he pensado que quiero escribir y aquí estoy, mirando atrás a este 2018 y planteando formas de hacer mejor el 2019.
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